13 nov 2011

Recopilación de Crónicas: Prólogo

Carta de la autora:


Saludos, amigos lectores. Me he encontrado con problemas para poder recopilar más datos e historias con respecto al Comando MEOPI. Es por ello que no he podido informar de más, ni continuar con la historia del pequeño Aodh, ya que parece ser que los archivos se han perdido a través del tiempo. Pueden encontrarse en alguna parte, o haberse perdido para siempre. Desgraciadamente, es demasiado pronto para asegurarlo. No obstante, a lo largo de mis periplos e investigaciones a través de los mundos, el tiempo y el espacio, he encontrado muchas cosas interesantes que me gustaría ir poco a poco compartiendo. No va a ser fácil, pues mucha de la información es clasificada, y resulta complicado sacarla a la luz sin ser descubierta. No obstante, haré lo que pueda.

Por ello quiero notificar que, debido a que la recopilación de los archivos sobre el Comando MEOPI me está costando mucho más trabajo y esfuerzo de lo que pensaba, junto a varios contratiempos que lo ha complicado todavía más, este proyecto ha estado en espera durante todo este tiempo. Y por ello quiero dedicarlo también a otras historias y datos sobre otros mundos que he ido encontrando. Es una forma de que no muera, y de que vosotros, mis queridos lectores, no perdáis la esperanza de poder conocer otros mundos, otros tiempos y otras vidas a través de mi humilde letra.

No puedo garantizar mucha continuidad, pues no siempre gozo de suficientes datos a mi alcance, o fuerzas, para poder compartir algo más con vosotros. Pero sí que haré algo más. Son datos que deben salir a la luz, algunas historias cortas, otras más largas, o a veces sencillamente fragmentos de algún bestiario antiguo, entre otras cosas. Espero poder contar con vuestra comprensión y paciencia, y deseo que disfrutéis de aquellos pequeños tesoros que voy encontrando y compartiendo.

Saludos.

27 jun 2011

Bajo Tierra: Parte 04

Un tremendo golpe se oyó en la estancia, el de un pesado cuerpo chocar contra un grueso cristal sin romperlo. A continuación, un gañido bestial de dolor. Ante esos sonidos, y viendo que no llegaba el ataque hacia su persona, Aodh se atrevió a mover los brazos para descubrir sus ojos, y echar un vistazo. La criatura se bamboleaba de un lado a otro, completamente confusa y atontada, y el adolescente la observó con algo de perplejidad. No había, en apariencia, ninguna pared que les separase, y un cristal no podía ser tan resistente para aguantar un envite de semejante magnitud…

El adolescente se fue poniendo en pie, mientras la criatura agitaba la cabeza hacia los lados. A pesar de la poca luz, Aodh pudo distinguir apenas una suerte de criatura cuadrúpeda, de cuerpo delgado, como un felino gigante que llevase ya demasiado tiempo sin comer, a juzgar por las costillas que se notaban demasiado a través de la piel. Sin embargo, algo le decía que su constitución era ya así. La cabeza era ancha, adornada con unos cuernos largos hacia los lados, como los de un toro o un búfalo. Pero su rostro semejaba tener un morro más canino, o similar, y arrugado por la parte superior. Poco a poco, el chico se acercó, adelantando una mano… Y pronto tocó una superficie transparente y fría. Sí, era como cristal, pero… Al mismo tiempo, había algo diferente en el tacto. Más áspero, como si fuera piedra. Frunció el ceño, contrariado, pues jamás había oído hablar de algo así. ¿Era un vidrio especial? ¿Acaso no se había pulido, o algo? O lo que fuera que se hiciera con el cristal para tratarlo…

Un nuevo golpe le hizo sobresaltarse, cuando la criatura se lanzó contra la barrera transparente, aunque con menos fuerza que antes. Al principio Aodh permaneció paralizado, con los ojos abiertos, mientras contemplaba de cerca las garras y terribles fauces, con unos caninos de al menos 10 centímetros de longitud. Y pensó en lo desagradable que habría sido que esas armas naturales le hubiesen despedazado. En todo caso, a medida que se vio a salvo, fue reaccionando, y… Finalmente, una sonrisa burlona asomó por sus labios, hasta mostrar incluso los dientes:

-¡Ja! ¡No puedes pillarme! Estás ahí atrapado y te quedas sin cenar carne humana.

En ese momento no se dio cuenta, pero más tarde, cada vez que recordase aquél momento, se extrañaría de su reacción. Aunque probablemente la achacaría al estrés del momento, tanto de encontrarse ante algo que desafiaba su lógica como al hecho de haberse visto dos veces a punto de morir. Pero, en esos momentos, sólo se concentró en burlarse del monstruo, haciéndole incluso muecas. Muecas que incluían echarle la lengua, algo que parecía sólo enfurecer más a la criatura. O eso, o la misma proximidad de aquél al que fijó como su presa. Pero eso no desalentó a Aodh de sus burlas, sino al contrario:

-¡Ñañañaña! ¡A mí no me gruñas, que me da igual, Cara Chata! Ni siquiera has hecho una sola brecha con tu estúpido golpe, ¡así que de nada te servirá asustarme!

Un nuevo rugido de advertencia fue la respuesta, mientras la criatura trataba de rascar el extraño cristal. Incluso babas comenzaban a brotar de entre sus fauces, con la mirada desenfocada de la rabia. Aodh rió, entre burlón y nervioso, y finalmente dio un paso atrás. No podía entretenerse más. Tenía que pensar en si seguir adelante o volver atrás, antes de que le descubriese alguien:

-¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí?

“Mierda”, masculló el joven, antes de volverse hacia el origen de la voz, en la encrucijada. A unos metros de él, se encontró con el dueño de ésta, y no le sorprendió tanto esta vez comprobar que se trataba de un hombre-ratón, o lo que fueran. Probablemente, de hecho, le habría chocado más ver a otro ser humano. En todo caso, a éste no lo conocía: Su pelaje era más oscuro, por la luz podía ser gris o marrón, no estaba seguro. Los ojos apenas se distinguían, aunque sí el ceño fruncido en las partes levemente iluminadas de sus facciones. Por algún motivo, a Aodh le pareció más terrorífico que los que había recordado ver antes, en la calle. Y el hecho de que llevase una bata blanca, como de médico o científico, no ayudaba mucho. Tragó saliva, retrocediendo un paso, y sin saber exactamente qué responder. De hecho, estaba más concentrado en permanecer en guardia:

-¿Qué pasa, cachorro? ¿Te ha comido la lengua el Dóntido?

Preguntó el hombre-ratón al no recibir respuesta, con un tono más sarcástico que burlón. De hecho, avanzó un paso, sin variar la expresión de su rostro. Eso hizo decidirse a Aodh, quién dio media vuelta y comenzó a correr, deshaciendo lo andado. Con la de pasillos y lugares oscuros que había, esperaba dejar atrás a ese bicho. Ahora que ya sabía lo que había en los habitáculos, creía entrever de reojo un montón de miradas terroríficas, penetrantes, acechándole. Pronto divisó la salida, jadeando, y volvió unos instantes la mirada hacia atrás, para comprobar si el ratón aquél le estaba siguiendo. No le distinguió, pero no se permitió el pararse a averiguarlo. Volvió sus ojos al frente, pero no tuvo tiempo de nada más, antes de chocar contra un cuerpo, y que su trasero volviera a morder el suelo:

-¡Auch!

Se masajeó cerca de la zona, con un ojo cerrado y los dientes apretados. A ese paso, iba a tener que conseguirse una protección especial, porque ya le dolía de tanto caerse. En todo caso, pronto la mirada azul se alzó hacia el inesperado obstáculo, para encontrarse ante él al hombre-ratón fortachón de la calle, el de pelaje manchado. El cuál se lo quedó mirando desde su altura, al parecer sorprendido, para finalmente sonreír:

-¡Ey! Ya estás despierto, chico.

Aodh tragó saliva al ver los grandes y afilados incisivos que asomaron junto a la sonrisa, y se arrastró un poco hacia atrás, retrocediendo:

-Tranquilo, chaval: No voy a comerte. ¿Ya le has asustado, Nánró?

El tono del roedor bípedo no le aclaró si lo decía en serio o no, pero pronto Aodh volvió un momento la vista sobre el hombro, dándose cuenta de que estaba ya allí el de pelaje gris, parado. El cuál gruñó levemente, mirando hacia el otro:

-No debería estar aquí. De hecho, ¿cómo es que le habéis dejado sin vigilancia?

Aodh vio que ambos le habían quitado la vista de encima un momento, y decidió no quedarse a escuchar lo que iban a hacer con él: Rápidamente se puso sobre manos y rodillas, y pasó por entre las piernas del grandullón. Sin detenerse, se alzó de nuevo y echó a correr hacia los pasillos de metal, sin mirar atrás:

-¡Eh, chico! ¡Espera!

Pero, por supuesto, no obedeció. Aodh sintió cómo era perseguido, y aceleró el paso. Estaba ya acostumbrado a huir. A hacerlo de alguien que le pillase robando, de macarras más grandes y fuertes que querían divertirse con él… Pero siempre en calles que ya conocía como la palma de su mano. Esta vez era diferente. Escapaba de unos seres que ni siquiera eran del todo humanos, en un lugar que jamás había visto. Debía tener la habilidad para encontrar una oportunidad, pero, sobre todo, la suerte de encontrarla:

-¡Detente! ¡No vamos a hacerte daño!

“Ya, y una mierda.”, pensó el adolescente. Siguió corriendo, intentando respirar lo suficiente para no asfixiarse durante la carrera, y luchando contra el mareo que todavía tenía encima, debido al bajón de tensión sufrido anteriormente. Aún así, apenas podía fijarse por dónde iba, y tan sólo la adrenalina y el sentir el sonido de las zarpas de las patas de sus perseguidores contra el suelo metálico, le hacían seguir adelante. Si se detenía… A saber lo que le ocurriría. A su mente acudieron imágenes de películas que recordaba haber visto de pequeño, sobre extraños experimentos, y un chihuahua con la cabeza de un hombre. No, no iba a quedarse a averiguar si acabaría de forma similar, o directamente abierto en canal como una rata de laboratorio.

Al doblar una esquina tropezó, y trastabilló hacia delante. No tuvo tiempo de recuperar del todo el equilibrio, cuando vio frente a él una puerta redonda cerrada. Esperando ya el impacto, puso las manos delante de él para no darse al menos de morros, pero se encontró sólo el vacío cuando dicha puerta se deslizó hacia un lado. Trastabilló un poco más y logró, finalmente, frenar y apoyar las manos en el suelo, evitando caer del todo. Rápidamente se enderezó, jadeando, y miró a su alrededor. Parecía como si hubiese cambiado completamente de lugar: Las paredes eran blancas, y en la izquierda había unas taquillas de metal, azules. Todavía recuperando el aliento, Aodh se giró, a medida que iba echando un vistazo rápido a su alrededor, buscando una salida. Al fondo ninguna, a la derecha un armario empotrado cerrado en esos momentos, y al lado de la puerta, a sus espaldas, una mesa con un ordenador que parecía bastante potente. Al menos, por la cantidad inmensa de cables y su tamaño. Tardó un poco en darse cuenta de que había alguien trabajando allí, y cuando los ojos azules del adolescente se cruzaron con los castaños de la mujer-ratón morena, a éste se le detuvo la respiración unos momentos. Oyó el sonido de la puerta cerrarse, y terminó de volverse para encontrarse con ambos varones, el de bata y pelaje gris de brazos cruzados y ceño fruncido, y el grandullón con los suyos en jarra.

Estaba acorralado.

12 jun 2011

Bajo Tierra: Parte 03

Un suspiro escapó de entre sus labios, a medida que Aodh iba recuperando el conocimiento. Su primera sorpresa fue sentir que estaba tumbado, pues ni había sido consciente de haberse caído. Su última posición había sido sentado, con aquellas figuras acercándose…

Aunque todavía con la mente embotada, recordó de golpe lo ocurrido antes de desmayarse, al menos lo último. Instintivamente, se levantó bruscamente, con la sola idea de correr. No obstante, se mareó, y tuvo que llevarse una mano a la frente. Sentía frío por dentro, y el estómago completamente revuelto. De hecho, no aguantaría más de un minuto, antes de ponerse apenas en pie y terminar vomitando su frugal cena sobre el suelo. Una bajada de tensión… La conocía, no era la primera vez que la sufría, aunque jamás le había dado tanto para desperdiciar de aquella forma los pocos alimentos que lograba llevarse a la boca. Temblando, volvió a tumbarse en lo que parecía una cama, o donde estaba acostado, y alzó los pies para apoyarlos contra la pared de al lado, cerrando los ojos y respirando. Al menos, después de haber devuelto los restos de manzana y bilis, se encontraba ya mejor.

Pasado un rato, y cuando creyó haberse recuperado lo suficiente, volvió a abrir los párpados. Estaba solo, eso seguro, o de lo contrario ya hacía tiempo que habría acudido alguien a junto de él, fuese con buenas o malas intenciones. De modo que, luchando contra su nerviosismo, inspiró profundamente por la nariz, y se obligó a moverse despacio, hasta quedar sentado al borde de su improvisada cama. La cuál, como pudo comprobar a continuación al desviar la mirada, resultaba ser una litera. De hecho, pronto se dedicó a estudiar la estancia, y no pudo evitar pensar en la típica habitación claustrofóbica de un barco, o incluso nave, de películas que había visto en su infancia: Todo de metal, en un espacio reducido, y sólo un fino colchón para amortiguar el frío de la base de la cama. Claro que, para Aodh, aquella litera era lo más cómodo y confortable que se había encontrado en años. Y no estaba plagada de humedad.

Viéndose, efectivamente, solo, pronto el adolescente se animó a levantarse despacio, hasta ponerse en pie. Aunque todavía se encontraba un poco mareado, parecía sentirse ya mejor. Aún así, tardó unos segundos en darse cuenta de que algo no le cuadraba, y tuvo que parpadear cuando se dio cuenta de qué era: El charco de su vómito, que debería estar pringando el suelo… Sencillamente, había desaparecido. Aodh no había percibido a nadie moverse y limpiarlo, y él podía presumir de tener un oído muy desarrollado. Comenzando a sentirse de nuevo intranquilo, miró a su alrededor, sin encontrar a nadie más. Volvió a respirar profundamente por la nariz, y se fijó entonces en la pesada puerta de metal.

“Vale… ¿Y ahora cómo salgo de aquí?”

Buscó con éxito las entradas de ventilación, normales y corrientes, aunque demasiado altas para alcanzarlas. Y no había ningún mueble ni saliente que le pudiese valer. Frunció el ceño, y luchando contra el leve mareo que todavía sentía, se puso a explorar el lugar. No obstante, tras llevar un rato dando vueltas, no fue capaz de encontrar ni otra salida, ni modo alguno de alcanzar las entradas. Con un resoplido, se apoyó en la puerta, y más por inercia que por esperanza de que funcionase, hizo girar la rueda que hacía de manillar… Para abrirla. El adolescente parpadeó al comprobar que, en realidad, no estaba encerrado, y una mezcla entre recelo y vergüenza hacia sí mismo por no haberlo pensado antes le hicieron mascullar apenas, antes de asomarse, y mirar a ambos lados. Un pasillo, con otras puertas similares también cerradas, sin nada característico.

“¿Dónde diablos estoy?”

Salió despacio, y se deslizó por los pasillos del complejo, en silencio y sin bajar la guardia. Su primer pensamiento era encontrar una salida y largarse de allí, aunque reconocía que también se encontraba intrigado: ¿Todo lo anterior lo había soñado? ¿Qué era aquél lugar? Y, sobre todo… ¿Cómo había llegado allí? Todo lo ocurrido anteriormente, la lombriz gigante, las mujeres-ratón… Se le antojaba cada vez más irreal. Era lógico pensar que no habían ocurrido de verdad. Pesadillas, probablemente, y quizás le dio el bajón de tensión al cogerle el frío y ponerse malo del estómago. De hecho, a pesar del leve mareo, tras haber vomitado se sentía bastante mejor. Lo que le vendría bien si quería moverse con presteza y tener una opción de poder salir y volver a las calles.

Pasó tiempo vagando por los pasillos, como un fantasma. Aquello era un maldito laberinto, ya que todos se veían iguales. Ni una sola indicación, ni una puerta diferente… Nada de nada. El adolescente comenzó a agobiarse, al no saber ni tan siquiera cómo regresar a la habitación de la cual había salido. Se esforzó por respirar profundamente por la nariz, y por no toser al sentir el aire frío en sus resentidos pulmones. Aún así, pronto sintió picor en las fosas nasales, y al final…

-¡AAAT-CHÍS!

Se detuvo en seco, y arrugó la nariz al ver un poco de mocos en el suelo. Esperaba, al menos, que no le hubieran escuchado… Lo cual sí debió de ocurrir. Pues apenas percibió un movimiento de reojo, y automáticamente saltó a un lado, ocultándose en una esquina con un pasillo perpendicular. Contuvo el aliento al pegarse contra la pared, y agudizó los oídos. No obstante, no oyó nada, por lo que frunció el ceño, y se animó a asomarse un poco. En su campo de visión entró una especie de diminuta máquina en forma de esfera aplastada, con una suerte de cepillos en su base. Y, de hecho, estaba limpiando el suelo sobre el que había estornudado hacía un momento. El adolescente abrió un poco la boca, con la creciente sensación de encontrarse dentro de una película de Ciencia-Ficción. Se limpió la nariz con una manga, y en cuanto el robot de limpieza terminó y comenzó a alejarse, Aodh no dudó en seguirlo. Era bastante rápido, muy silencioso, y el muchacho tuvo que ir casi corriendo tras él, hasta que se dirigió directamente a una pared, y se coló por un pequeño hueco en la base, desapareciendo de la vista. El adolescente frenó en seco, y resopló, frustrado. Había llegado a pensar en que, quizás, al seguir al cacharro, encontraría una salida. Apoyó las manos sobre las rodillas, mirando a su alrededor… Y por fin la encontró: Una puerta diferente. De hecho, era más grande, más maciza, y se encontraba entreabierta:

-Por fin…

Musitó. Tras metros y metros de pasillos clónicos, el simple hecho de ver algo diferente ya era todo un alivio. Y, si era una puerta distinta, era una opción a encontrar una salida. O, al menos, a descubrir qué era aquél lugar. De modo que, sin dudarlo, pero con precaución, se fue aproximando. Se asomó apenas, encontrando el interior completamente oscuro. Tuvo un momento de vacilación, e incluso tragó saliva. Pero finalmente se armó de valor, y se adentró. ¿A dónde ir, sino?

Unas débiles luces apenas brillaban en el techo, dejando más bien poco a la visión, y demasiado a la imaginación. El lugar era bastante oscuro, y Aodh no podía evitar mirar a ambos lados una y otra vez. Al menos, pensó, él tampoco sería fácilmente visto. Se recorría de nuevo un pasillo, los lados prácticamente en sombras, aunque, si uno se fijaba, parecía que habían diferentes habitáculos a los lados, separados por paredes unos de otros, y abiertos al pasillo central. El adolescente no pudo evitar acelerar el paso, aunque tratando de ser igualmente sigiloso. Años de moverse por las calles, de robar, le habían hecho un experto en eso.

En un momento se encontró frente a una encrucijada, con un pasillo siguiendo al frente y otros dos a ambos lados. ¿Y ahora? Aodh suspiró, y miró a ambos lados, tratando de tomar una decisión. Incluso puso los brazos en jarra, contrariado. Había salido de un laberinto para meterse en otro más tenebroso, y eso no le hacía ninguna gracia. Arrugó la nariz, mirando de nuevo hacia un lado, cuando algo le hizo fijar la mirada en su costado. En el último habitáculo antes del cruce. Al principio no distinguió nada, y cuando creyó hacerlo, no estaba seguro de si achacarlo a su imaginación o a una ilusión óptica. Le parecía ver dos luces muy débiles, casi inexistentes, pequeñas. Agitó levemente la cabeza, e incluso avanzó un par de pasos. Fijó la mirada, pero no distinguió nada:

-No hay nada ahí…

Murmuró, tratando de convencerse a sí mismo. No obstante, no tuvo mucho tiempo de tomar la decisión de apartar la mirada. Una figura se movió en las sombras, y aquellos brillos terminaron formando una mirada depredadora… De pronto, una enorme criatura rugió y pegó un enorme salto en dirección al adolescente. Aodh tan sólo pudo caer de culo al suelo, soltar inconscientemente un grito, y cubrirse con los brazos.

29 may 2011

Bajo Tierra: Parte 02

“Vamos… ¡Muévete!”

Fue la orden que la mente de Aodh envió a su cuerpo, ahogada entre la neblina de confusión, mientras permanecía frente aquella cosa gigantesca. Aún así, fue suficiente. Suficiente para que el adolescente lograra trastabillar unos pasos hacia atrás. Un gorjeo amenazante brotó de la garganta de la criatura, orientando su cabeza y sus terribles quelíceros hacia su pequeña presa de nuevo. Y entreabrió los últimos, dispuesta como estaba a lanzar su primer, y probablemente, único ataque. Pues el joven finalmente cayó de culo al suelo, cuando sus piernas le fallaron de nuevo. Era una presa demasiado fácil, y lo sabía. Por lo que sólo pudo cerrar los ojos, aguardando y rogando para que, al menos, fuese lo más rápido e indoloro posible.

Pasó más tiempo de lo esperado, cuando sonó un rugido que hizo que Aodh se encogiera. Apretó los párpados con fuerza, esperando el momento de ser devorado, pero… A pesar de que la criatura continuaba bramando, o lo más similar que podía hacer, dicho momento parecía no llegar. De modo que comenzó a debatirse entre atreverse o no a abrir los ojos:

-¡HEY, SAL DE AHÍ!

Una voz femenina y apremiante, desde sus espaldas, fue más que suficiente para hacerle reaccionar. El adolescente se echó sin pensarlo hacia un lado, y rodó varias veces por el suelo. Maldijo entonces haberlo hecho cuando sintió el dolor de varias piedritas y trozos pequeños de escombros clavarse en su piel a través de la ropa. Masculló una maldición, se alzó hasta apoyar una rodilla en el suelo, y abrió entonces los párpados, para ver una escena que, poco menos, le dejó boquiabierto:

Por un lado, vio a dos mujeres, más adelante, probablemente siendo una de ellas la que le gritó. No fue eso lo que más le sorprendió, ni el hecho de que llevasen uniformes de apariencia militar en azul. Ni la extraña cosa metálica que llevaban, y dejaban en el suelo en ese momento. Una especie de enorme tanque, o generador portátil, con una manguera corta conectada a una suerte de cañón de medio metro de diámetro.

Lo que más sorprendió a Aodh no fue nada de eso. Sino el hecho de que aquellas mujeres no eran humanas:

-¡Rápido, apunta a la cabeza!

Sí, la pelirroja era la que le había gritado antes… Por llamarle pelirroja. Pues si bien, por debajo de la pañoleta que cubría su cabeza, asomaban unos rizos de ese color, largos hasta medio omóplato, también el resto de su cuerpo, o lo que se adivinaban en sus partes descubiertas, estaba recubierto por un pelaje corto y castaño muy claro, casi rubio. Por no contar que sus manos parecían tener menos dedos, aunque al moverse, el adolescente no podría pararse a contarlos. Y que los pies no estaban cubiertos por botas o calzado alguno, sino vendados… Y tenían la estructura de un animal, estilo las de un roedor, o incluso un canguro, pero de piernas más delgadas y ágiles. Si, definitivamente, parecían roedores humanoides, con aquellos hocicos, las orejas de borde redondo, elevadas ligeramente por la excitación del momento… Y cuernos. Sí, también por unos huecos de la pañoleta de la pelirroja asomaban unos pequeños conos claros, claramente queratinosos:

-¡Eso estoy haciendo, no me presiones!

La otra mujer también parecía de la misma raza. Pero de pelaje castaño más oscuro, y pelo negro recogido en una coleta. A diferencia de su compañera, llevaba el uniforme completo, chaqueta incluida, y sus cuernos, también pequeños, eran más oscuros. Por algún motivo, a medida que iba asimilando lo que veía, al adolescente le extrañó comprobar que no tenían cola. Ni de ratón, ni de ningún otro animal que pudiera asemejarse:

-¿Que no te presione? ¡Maldita sea, no podemos estar perdiendo tiempo!

-¡Ya, ya, no me grites!

La morena frunció el ceño, con el cañón ya sobre sus hombros, y apuntando a la cabeza de la criatura:

-Y procura no darle a él, ¿eh? –Mencionó la pelirroja.

Aodh parpadeó, y fue cuando comprendió una cosa: ¿Por qué la criatura estaba rugiendo, pero no actuaba? Tras la última frase, pudo empezar a imaginarse la respuesta, y aún así sus ojos se movieron casi hipnotizados… Para ver otra escena sorprendente para su mente racional. En concreto, cómo una figura voluminosa se esforzaba por permanecer sobre la criatura. De hecho, al fijar más su atención, el adolescente se dio cuenta de que se oían disparos muy seguidos. Pero pudo imaginar que allí arriba estaba aquél a quién se refería la mujer-ratón de pañoleta, y que estaba disparando sobre la cabeza de la criatura:

-Objetivo a tiro.

-¡Bien! Carga del TP al máximo de potencia.

-¡Maldición! Se mueve demasiado.

Efectivamente, la criatura se agitaba hacia los lados, entre rabiosa y dolorida, impidiendo un buen blanco. La morena apretó la mandíbula, mostrando apenas unos incisivos largos, claramente de roedor, mientras luchaba por volver a apuntar a la cabeza:

-¡Recuerda que sólo tienes un tiro!

-¡Ya lo sé, maldita sea!

Demasiado saturado con tanta información repentina, Aodh tan sólo pudo contemplar a la monstruosa lombriz seguir agitándose. Mientras, ambas mujeres continuaban discutiendo, la morena se esforzaba todavía por fijar el blanco, y la pelirroja le colocaba unas orejeras adaptadas, ella también con unas puestas. Finalmente, hubo un momento en que el monstruo se detuvo un momento, soltando un bramido más fuerte, en una mezcla de furia y frustración:

-¡FUEGO!

Más que el grito, lo que sobresaltó al adolescente fue el fuerte estallido que sonó a continuación, al mismo tiempo que un proyectil de energía blanca salía disparada del cañón, directa a su objetivo. Impactó de lleno, y la criatura se balanceó con más inercia… Antes de que su cuerpo comenzara a caer. Afortunadamente, no en dirección hacia donde se encontraban Aodh y sus improvisadas salvadoras, pero sí lo suficientemente cerca para que el impacto contra el suelo provocase un temblor que las hizo trastabillarse. Además de la nube de polvo que se levantó, y nubló el campo de visión del adolescente. Cerró los párpados cuando unas partículas se metieron en sus ojos, y comenzó a toser.

Cuando, finalmente, cesó la nube de polvo, Aodh abrió los ojos de nuevo. Ante él, el cadáver caído de la lombriz gigante, curiosamente con la cabeza intacta. Incluso le entró un escalofrío, creyendo que la vería moverse y atacar en cualquier momento. No obstante, pronto su atención se centró en otras tres figuras que estaban allí. Además de las mujeres-ratón, el adolescente pudo ver al fin, tosiendo y sacudiéndose el polvo, a quién debía de ser aquél que había estado sobre el monstruo. Un varón de la misma raza que las otras dos soldados, de cuerpo fuerte, y también con una camiseta sin mangas cubriendo su torso. Con los mismos pantalones de uniforme, bastante más alto, de cuernos ligeramente más largos, y un pelaje blanco cubriendo su cuerpo. No completamente albino, pues una mancha marrón cubría uno de sus ojos, y otras más pequeñas se repartían por su anatomía. A sus espaldas cargaba… el adolescente parpadeó un par de veces, se frotó los ojos y volvió a fijar la mirada. No, no podía estar viendo a alguien, por muy poco humano que fuese, portando una pesada ametralladora rotatoria tras él.

Volvió a toser, todavía con la garganta llena de polvo, y completamente seca. Lo que daría en esos momentos por un buen vaso de agua. O zumo. O cualquier cosa que le refrescase. Mareado, se llevó una mano a la cabeza: Una especie de lombriz gigante que casi lo devora, un grupo de ratones humanoides con armas enormes y organizados como si de soldados se tratasen… Era demasiado irreal para asumirlo al momento, y aún no lo había conseguido. Por no hablar del zumbido que, en esos momentos, sentía en sus oídos. Probablemente cosa de aquél estallido del arma, más similar a una bomba. Parpadeó, y apenas pudo percibir cómo las figuras no-humanas se iban aproximando a él.

Después, todo se volvió negro.

22 abr 2011

Bajo Tierra: Parte 01

La noche iba cayendo sobre la ciudad. La contaminación lumínica provocada por las farolas y los negocios que no cerraban todavía camuflaba los ya oscuros colores del cielo, que apenas asomaba por encima de los altos edificios. La calle principal aún se encontraba bastante transitada entre trabajadores que terminaban su jornada, padres empujando carritos de bebé, grupos de niños que remoloneaban jugando por ahí antes de volver a casa, o de adolescentes que hablaban entre ellos sobre los profesores, los padres y demás adultos de sus vidas.

Uno de los negocios que permanecía abierto, aunque por poco tiempo, resultaba ser una frutería. Las trabajadoras iban ya empezando a recoger en el interior, mientras a la entrada aún se encontraban algunas cajas expuestas. Naranjas, peras, limones, manzanas, cebollas… No muy lejos, unos ojos azules se posaron de forma distraída sobre dichos productos, preguntándose por dentro por qué en ese tipo de establecimientos se podían encontrar también hortalizas. Eran vegetales, sí, pero no frutas. Las patatas no lo eran. Tampoco los ajos, ni las lechugas, ni las cebollas. Quizás “frutería” no era el término más adecuado para definir aquél lugar. Algún motivo tenía que existir, eso estaba claro. Quizás, algún día, se pondría a investigarlo en alguna biblioteca. Después de todo, era gratis, a diferencia de los ciber-cafés.

Una mano fina se movió con rapidez mientras su dueño permanecía sumido en dichos pensamientos. Una manzana lustrosa pronto desapareció de su lugar sin que nadie más lo notificase, y se ocultó en el bolsillo de una figura menuda que pasó de largo, sin vacilación ni duda. Una figura que avanzó un poco más, antes de doblar una esquina, y alejarse de la zona transitada.

A salvo ya en la soledad de una calle secundaria y oscura, Aodh sacó del bolsillo su trofeo, y lo saboreó con un mordisco grande y voraz. Con la mano libre se fue limpiando los restos de zumo que iban quedando en su boca, mientras prácticamente devoraba la manzana. Llevaba ya desde la mañana sin probar bocado, y se encontraba hambriento. Había tenido la mala suerte de estar en el mercado un policía que ya le conocía, y no pudo arriesgarse a moverse por allí. Siendo un menor de edad, no era la cárcel lo que le esperaba, sino probablemente un centro de menores… Y, por supuesto, no estaba dispuesto a aceptar un destino así.

Apenas unos minutos después ya estaba limpiando prácticamente los restos de manzana del corazón, usando tanto los dientes como la lengua. Un poco amarga, pero en aquellos momentos le supo a gloria. Se relamió finalmente, y arrojó los restos por ahí, sin mucha preocupación, antes de que su mirada se cruzara con otra del mismo color. Y así se encontró, cara a cara, con su propio reflejo a través de un escaparate vacío, pero todavía sin una película demasiado opaca de polvo. Aodh se encontró con un muchacho adolescente, que no aparentaba mucho más de 14 o 15 años. Su cuerpo era menudo, delgado por la precaria alimentación, y estaba cubierto por una sudadera ajada que le quedaba dos tallas más grande, unos piratas vaqueros que conocieron mejores tiempos, y unos tenis capaces todavía de cumplir con su función. Suspiró, y se ajustó con las manos unos mechones rebeldes de sus castaños cabellos, aunque fue en vano: Pronto volvieron a alzarse en diferentes direcciones, completamente desordenados y salvajes. Tras un par de intentos más, se dio por vencido, y se alejó, adentrándose en la calle. Encontró su rincón desocupado, afortunadamente, y se sentó en él. Entre un montón de cajas de madera vacías, esperando la llegada del camión de basura para ser recogidas. Y los cartones que colocó por la tarde en su sitio, antes de haber ido a por comida. Suspiró, se tumbó de lado, y se acurrucó, dispuesto a dormir un poco. Le tocaría levantarse temprano para pedir limosna. Con suerte, no tendría que robar en todo el día. Cerró los ojos, e inspiró por la nariz, terminando de acomodarse. Sería una noche como todas las demás, dormitando apenas y luchando contra las pesadillas.

Podrían tanto haber pasado unos minutos como unas horas, Aodh no podría asegurarlo. Pero fue un tiempo relativamente corto cuando, de pronto, abrió los ojos. Miró a los lados de reojo, sin mover apenas la cabeza, y tardó unos segundos en ser consciente de que jadeaba. No estaba seguro de si había oído algo, o si habían sido imaginaciones suyas. Sólo sabía que, de pronto, le embargó una sensación de peligro intensa, disparando los latidos de su corazón. Tragó saliva y, tras dudar un poco, finalmente se puso en pie muy despacio y buscó cuidadosamente a su alrededor. No encontró nada fuera del sitio, sospechoso o cualquier cosa que justificase su intranquilidad. Pero ahí estaba, esa sensación de peligro. Con el paso del tiempo, Aodh había aprendido a desarrollar una especie de “sexto sentido”, que le avisaba de cuándo se avecinaban serios problemas. También había aprendido a hacerle caso.

Se sobresaltó al oír un sonido, y se giró a tiempo para ver a un gato que salía corriendo de entre los contenedores, adentrándose en el callejón. Había sido su bufido el que le había asustado. Suspiró, pensando en qué habría asustado a ese estúpido animal… Cuando, entonces, sonaron más exclamaciones felinas de terror. Más animales cuadrúpedos salieron de sus escondites, huyendo hacia la oscuridad. Aquello inquietó al adolescente, o, al menos, le confundió lo suficiente para pensarse qué es lo que puede ser invisible y hacer salir a los animales en estampida. Sintió entonces como, si de pronto, se marease. O, más bien, como si el suelo se hubiese desestabilizado. No lo tenía claro, sólo que sus pies le fallaron, y trastabilló. Acabó parando en una calle más ancha, cerca de su “cama”, y de nuevo permaneció inmóvil, atento. Una vez más, la sensación de falta de equilibrio, y, de pronto, se dio cuenta del motivo: La tierra estaba temblando.

“¿Un terremoto?”

Ese fue su primer pensamiento. Y, de hecho, el temblor se volvió más continuado. Le costó, pero logró mantener el equilibrio, aunque tuvo que apoyarse finalmente en una farola. Las luces de todas las de aquella calle parpadearon peligrosamente. Un sonido sordo, como si surgiese de las mismísimas entrañas de la Tierra, comenzó a sonar, al principio como una presión en los oídos de Aodh. Luego, ya como un ruido continuado, que parecía ir, poco a poco, en aumento. Y, pasados unos segundos que se antojaron una eternidad, el chico se dio cuenta de una cosa: Aquél ruido se acercaba.

Miró por encima del hombro, alarmado. La calle despejada, con coches aparcados… Nada más. Nada menos el propio temblor, cada vez en aumento. Observó cómo una boca de incendios prácticamente reventó, saliendo un generoso chorro de agua a presión. El adolescente apretó la mandíbula, abrazándose con fuerza a la farola para no caerse, como si de un salvavidas se tratara. Su instinto le gritaba que corriera, pero al mismo tiempo se arriesgaba a perder el equilibrio y caerse. Confuso, cerró los ojos, esperándose que una grieta se abriera a sus pies, o algo peor.

De pronto, el temblor y el ruido cesaron.

Aodh esperó durante unos segundos, que se acabaron convirtiendo en minutos. Finalmente, tragó saliva, y abrió los ojos, todavía abrazado a la farola. El único signo del terremoto de antes era el agua que brotaba todavía de donde una vez estuvo la boca de incendios, algunos cascotes y tejas caídas de los edificios, y una zona del pavimento abultada, a lo lejos. El adolescente sintió que su respiración estaba todavía acelerada, y tragó de nuevo saliva para intentar calmarla. Y calmarse él mismo, ya de paso. Poco a poco, se fue despegando de su improvisada sujeción. Las rodillas le temblaban, pero logró mantenerse en pie, a medida que se alejaba de la acera, buscando algún signo de que, efectivamente, todo había acabado.

¡¡¡CRACK!!!

El adolescente se volvió a tiempo de ver algo emerger del suelo asfaltado, con un estallido al romper la carretera. Cascotes de todos los tamaños volaron a los alrededores, algunos no alcanzando al joven de milagro. Pero éste no se podía mover de su sitio. Se encontraba paralizado, mientras contemplaba al que, definitivamente, había sido el causante del “terremoto”: Un cuerpo alargado, vermiforme, gigantesco de hecho. Su diámetro debía de ser de un metro aproximadamente, y ya sólo la parte que asomaba fuera era más alta que los edificios de tres pisos de la zona. Bastante más. No quería ni imaginarse cómo debía de ser en total. Los ojos azules fueron ascendiendo para encontrarse, finalmente, con lo que debía de ser la cabeza… Si es que la tenía. Lo único que pudo distinguir desde el suelo, y que sobresalía de la boca del monstruo, fueron tres quelíceros delgados, curvos cerca de la punta, dibujando entre las tres un triángulo. Y en el centro la boca, redonda y plagada de dientes por dentro. El ser soltó una especie de gruñido ligeramente agudo, y movió hacia un lado y otro el extremo donde estaba la boca, como si buscase algo. Aunque pronto apuntó hacia donde se encontraba Aodh, y permaneció inmóvil un momento… El adolescente supo entonces que se preparaba para atacar, pero ni aún así pudo reaccionar. Las piernas se encontraban completamente inmovilizadas, y su cerebro todavía asimilando que tuviera delante una cosa que, en teoría, no debería existir más allá de las películas de terror.

Desgraciadamente, aquello no era una película.

17 abr 2011

El inicio de una historia

Saludos:

Desde hace dos noches, una idea se me metió en la cabeza. Un sueño inspirador, que de por sí contenía retazos de una historia que pide a gritos ser contada. Últimamente mi inspiración ha adquirido la costumbre de manifestarse más en mi subconsciente la mayoría de las noches, ofreciéndome pinceladas, escenas concretas. Alientos de vida, de ideas, que me impulsan de nuevo, tras varios meses de sequía absoluta, a escribir, a soñar, a viajar... A crear.

Sí, damas y caballeros. Además de un proyecto que, de momento, prefiero mantener en secreto, otro universo pugna por salir de mi mente para transcribirse en palabras. Y no pude evitar más la tentación. La de volver a escribir con una base, pero aún así improvisando. La de liberar a esos personajillos que nacieron hace dos noches en mi subconsciente, y desean ser transcritos. No prometo que vaya a actualizar muy a menudo, ni tan siquiera que esto vaya a durar, pero... Siento la necesidad de intentarlo. De ponerme a ello, de sentar ya las bases para tener a los protagonistas recorriendo aventuras.

Tengo planeado en principio ir escribiendo un poco en word, cuando tenga tiempo... Y así ir creando algo de buffer. Es lo que tiene un trabajo estresante y agotador, no te deja apenas tiempo para poco más que tomar un respiro, antes de continuar. Pero trataré de organizarme lo mejor que pueda. Por ahora, probablemente ande toqueteando también en el diseño, o vaya planeando...

Bienvenidos/as a Comando MEOPI. Espero que vayáis a disfrutar tanto leyendo esta historia como, probablemente, lo haré yo escribiéndola.