22 abr 2011

Bajo Tierra: Parte 01

La noche iba cayendo sobre la ciudad. La contaminación lumínica provocada por las farolas y los negocios que no cerraban todavía camuflaba los ya oscuros colores del cielo, que apenas asomaba por encima de los altos edificios. La calle principal aún se encontraba bastante transitada entre trabajadores que terminaban su jornada, padres empujando carritos de bebé, grupos de niños que remoloneaban jugando por ahí antes de volver a casa, o de adolescentes que hablaban entre ellos sobre los profesores, los padres y demás adultos de sus vidas.

Uno de los negocios que permanecía abierto, aunque por poco tiempo, resultaba ser una frutería. Las trabajadoras iban ya empezando a recoger en el interior, mientras a la entrada aún se encontraban algunas cajas expuestas. Naranjas, peras, limones, manzanas, cebollas… No muy lejos, unos ojos azules se posaron de forma distraída sobre dichos productos, preguntándose por dentro por qué en ese tipo de establecimientos se podían encontrar también hortalizas. Eran vegetales, sí, pero no frutas. Las patatas no lo eran. Tampoco los ajos, ni las lechugas, ni las cebollas. Quizás “frutería” no era el término más adecuado para definir aquél lugar. Algún motivo tenía que existir, eso estaba claro. Quizás, algún día, se pondría a investigarlo en alguna biblioteca. Después de todo, era gratis, a diferencia de los ciber-cafés.

Una mano fina se movió con rapidez mientras su dueño permanecía sumido en dichos pensamientos. Una manzana lustrosa pronto desapareció de su lugar sin que nadie más lo notificase, y se ocultó en el bolsillo de una figura menuda que pasó de largo, sin vacilación ni duda. Una figura que avanzó un poco más, antes de doblar una esquina, y alejarse de la zona transitada.

A salvo ya en la soledad de una calle secundaria y oscura, Aodh sacó del bolsillo su trofeo, y lo saboreó con un mordisco grande y voraz. Con la mano libre se fue limpiando los restos de zumo que iban quedando en su boca, mientras prácticamente devoraba la manzana. Llevaba ya desde la mañana sin probar bocado, y se encontraba hambriento. Había tenido la mala suerte de estar en el mercado un policía que ya le conocía, y no pudo arriesgarse a moverse por allí. Siendo un menor de edad, no era la cárcel lo que le esperaba, sino probablemente un centro de menores… Y, por supuesto, no estaba dispuesto a aceptar un destino así.

Apenas unos minutos después ya estaba limpiando prácticamente los restos de manzana del corazón, usando tanto los dientes como la lengua. Un poco amarga, pero en aquellos momentos le supo a gloria. Se relamió finalmente, y arrojó los restos por ahí, sin mucha preocupación, antes de que su mirada se cruzara con otra del mismo color. Y así se encontró, cara a cara, con su propio reflejo a través de un escaparate vacío, pero todavía sin una película demasiado opaca de polvo. Aodh se encontró con un muchacho adolescente, que no aparentaba mucho más de 14 o 15 años. Su cuerpo era menudo, delgado por la precaria alimentación, y estaba cubierto por una sudadera ajada que le quedaba dos tallas más grande, unos piratas vaqueros que conocieron mejores tiempos, y unos tenis capaces todavía de cumplir con su función. Suspiró, y se ajustó con las manos unos mechones rebeldes de sus castaños cabellos, aunque fue en vano: Pronto volvieron a alzarse en diferentes direcciones, completamente desordenados y salvajes. Tras un par de intentos más, se dio por vencido, y se alejó, adentrándose en la calle. Encontró su rincón desocupado, afortunadamente, y se sentó en él. Entre un montón de cajas de madera vacías, esperando la llegada del camión de basura para ser recogidas. Y los cartones que colocó por la tarde en su sitio, antes de haber ido a por comida. Suspiró, se tumbó de lado, y se acurrucó, dispuesto a dormir un poco. Le tocaría levantarse temprano para pedir limosna. Con suerte, no tendría que robar en todo el día. Cerró los ojos, e inspiró por la nariz, terminando de acomodarse. Sería una noche como todas las demás, dormitando apenas y luchando contra las pesadillas.

Podrían tanto haber pasado unos minutos como unas horas, Aodh no podría asegurarlo. Pero fue un tiempo relativamente corto cuando, de pronto, abrió los ojos. Miró a los lados de reojo, sin mover apenas la cabeza, y tardó unos segundos en ser consciente de que jadeaba. No estaba seguro de si había oído algo, o si habían sido imaginaciones suyas. Sólo sabía que, de pronto, le embargó una sensación de peligro intensa, disparando los latidos de su corazón. Tragó saliva y, tras dudar un poco, finalmente se puso en pie muy despacio y buscó cuidadosamente a su alrededor. No encontró nada fuera del sitio, sospechoso o cualquier cosa que justificase su intranquilidad. Pero ahí estaba, esa sensación de peligro. Con el paso del tiempo, Aodh había aprendido a desarrollar una especie de “sexto sentido”, que le avisaba de cuándo se avecinaban serios problemas. También había aprendido a hacerle caso.

Se sobresaltó al oír un sonido, y se giró a tiempo para ver a un gato que salía corriendo de entre los contenedores, adentrándose en el callejón. Había sido su bufido el que le había asustado. Suspiró, pensando en qué habría asustado a ese estúpido animal… Cuando, entonces, sonaron más exclamaciones felinas de terror. Más animales cuadrúpedos salieron de sus escondites, huyendo hacia la oscuridad. Aquello inquietó al adolescente, o, al menos, le confundió lo suficiente para pensarse qué es lo que puede ser invisible y hacer salir a los animales en estampida. Sintió entonces como, si de pronto, se marease. O, más bien, como si el suelo se hubiese desestabilizado. No lo tenía claro, sólo que sus pies le fallaron, y trastabilló. Acabó parando en una calle más ancha, cerca de su “cama”, y de nuevo permaneció inmóvil, atento. Una vez más, la sensación de falta de equilibrio, y, de pronto, se dio cuenta del motivo: La tierra estaba temblando.

“¿Un terremoto?”

Ese fue su primer pensamiento. Y, de hecho, el temblor se volvió más continuado. Le costó, pero logró mantener el equilibrio, aunque tuvo que apoyarse finalmente en una farola. Las luces de todas las de aquella calle parpadearon peligrosamente. Un sonido sordo, como si surgiese de las mismísimas entrañas de la Tierra, comenzó a sonar, al principio como una presión en los oídos de Aodh. Luego, ya como un ruido continuado, que parecía ir, poco a poco, en aumento. Y, pasados unos segundos que se antojaron una eternidad, el chico se dio cuenta de una cosa: Aquél ruido se acercaba.

Miró por encima del hombro, alarmado. La calle despejada, con coches aparcados… Nada más. Nada menos el propio temblor, cada vez en aumento. Observó cómo una boca de incendios prácticamente reventó, saliendo un generoso chorro de agua a presión. El adolescente apretó la mandíbula, abrazándose con fuerza a la farola para no caerse, como si de un salvavidas se tratara. Su instinto le gritaba que corriera, pero al mismo tiempo se arriesgaba a perder el equilibrio y caerse. Confuso, cerró los ojos, esperándose que una grieta se abriera a sus pies, o algo peor.

De pronto, el temblor y el ruido cesaron.

Aodh esperó durante unos segundos, que se acabaron convirtiendo en minutos. Finalmente, tragó saliva, y abrió los ojos, todavía abrazado a la farola. El único signo del terremoto de antes era el agua que brotaba todavía de donde una vez estuvo la boca de incendios, algunos cascotes y tejas caídas de los edificios, y una zona del pavimento abultada, a lo lejos. El adolescente sintió que su respiración estaba todavía acelerada, y tragó de nuevo saliva para intentar calmarla. Y calmarse él mismo, ya de paso. Poco a poco, se fue despegando de su improvisada sujeción. Las rodillas le temblaban, pero logró mantenerse en pie, a medida que se alejaba de la acera, buscando algún signo de que, efectivamente, todo había acabado.

¡¡¡CRACK!!!

El adolescente se volvió a tiempo de ver algo emerger del suelo asfaltado, con un estallido al romper la carretera. Cascotes de todos los tamaños volaron a los alrededores, algunos no alcanzando al joven de milagro. Pero éste no se podía mover de su sitio. Se encontraba paralizado, mientras contemplaba al que, definitivamente, había sido el causante del “terremoto”: Un cuerpo alargado, vermiforme, gigantesco de hecho. Su diámetro debía de ser de un metro aproximadamente, y ya sólo la parte que asomaba fuera era más alta que los edificios de tres pisos de la zona. Bastante más. No quería ni imaginarse cómo debía de ser en total. Los ojos azules fueron ascendiendo para encontrarse, finalmente, con lo que debía de ser la cabeza… Si es que la tenía. Lo único que pudo distinguir desde el suelo, y que sobresalía de la boca del monstruo, fueron tres quelíceros delgados, curvos cerca de la punta, dibujando entre las tres un triángulo. Y en el centro la boca, redonda y plagada de dientes por dentro. El ser soltó una especie de gruñido ligeramente agudo, y movió hacia un lado y otro el extremo donde estaba la boca, como si buscase algo. Aunque pronto apuntó hacia donde se encontraba Aodh, y permaneció inmóvil un momento… El adolescente supo entonces que se preparaba para atacar, pero ni aún así pudo reaccionar. Las piernas se encontraban completamente inmovilizadas, y su cerebro todavía asimilando que tuviera delante una cosa que, en teoría, no debería existir más allá de las películas de terror.

Desgraciadamente, aquello no era una película.

17 abr 2011

El inicio de una historia

Saludos:

Desde hace dos noches, una idea se me metió en la cabeza. Un sueño inspirador, que de por sí contenía retazos de una historia que pide a gritos ser contada. Últimamente mi inspiración ha adquirido la costumbre de manifestarse más en mi subconsciente la mayoría de las noches, ofreciéndome pinceladas, escenas concretas. Alientos de vida, de ideas, que me impulsan de nuevo, tras varios meses de sequía absoluta, a escribir, a soñar, a viajar... A crear.

Sí, damas y caballeros. Además de un proyecto que, de momento, prefiero mantener en secreto, otro universo pugna por salir de mi mente para transcribirse en palabras. Y no pude evitar más la tentación. La de volver a escribir con una base, pero aún así improvisando. La de liberar a esos personajillos que nacieron hace dos noches en mi subconsciente, y desean ser transcritos. No prometo que vaya a actualizar muy a menudo, ni tan siquiera que esto vaya a durar, pero... Siento la necesidad de intentarlo. De ponerme a ello, de sentar ya las bases para tener a los protagonistas recorriendo aventuras.

Tengo planeado en principio ir escribiendo un poco en word, cuando tenga tiempo... Y así ir creando algo de buffer. Es lo que tiene un trabajo estresante y agotador, no te deja apenas tiempo para poco más que tomar un respiro, antes de continuar. Pero trataré de organizarme lo mejor que pueda. Por ahora, probablemente ande toqueteando también en el diseño, o vaya planeando...

Bienvenidos/as a Comando MEOPI. Espero que vayáis a disfrutar tanto leyendo esta historia como, probablemente, lo haré yo escribiéndola.