27 jun 2011

Bajo Tierra: Parte 04

Un tremendo golpe se oyó en la estancia, el de un pesado cuerpo chocar contra un grueso cristal sin romperlo. A continuación, un gañido bestial de dolor. Ante esos sonidos, y viendo que no llegaba el ataque hacia su persona, Aodh se atrevió a mover los brazos para descubrir sus ojos, y echar un vistazo. La criatura se bamboleaba de un lado a otro, completamente confusa y atontada, y el adolescente la observó con algo de perplejidad. No había, en apariencia, ninguna pared que les separase, y un cristal no podía ser tan resistente para aguantar un envite de semejante magnitud…

El adolescente se fue poniendo en pie, mientras la criatura agitaba la cabeza hacia los lados. A pesar de la poca luz, Aodh pudo distinguir apenas una suerte de criatura cuadrúpeda, de cuerpo delgado, como un felino gigante que llevase ya demasiado tiempo sin comer, a juzgar por las costillas que se notaban demasiado a través de la piel. Sin embargo, algo le decía que su constitución era ya así. La cabeza era ancha, adornada con unos cuernos largos hacia los lados, como los de un toro o un búfalo. Pero su rostro semejaba tener un morro más canino, o similar, y arrugado por la parte superior. Poco a poco, el chico se acercó, adelantando una mano… Y pronto tocó una superficie transparente y fría. Sí, era como cristal, pero… Al mismo tiempo, había algo diferente en el tacto. Más áspero, como si fuera piedra. Frunció el ceño, contrariado, pues jamás había oído hablar de algo así. ¿Era un vidrio especial? ¿Acaso no se había pulido, o algo? O lo que fuera que se hiciera con el cristal para tratarlo…

Un nuevo golpe le hizo sobresaltarse, cuando la criatura se lanzó contra la barrera transparente, aunque con menos fuerza que antes. Al principio Aodh permaneció paralizado, con los ojos abiertos, mientras contemplaba de cerca las garras y terribles fauces, con unos caninos de al menos 10 centímetros de longitud. Y pensó en lo desagradable que habría sido que esas armas naturales le hubiesen despedazado. En todo caso, a medida que se vio a salvo, fue reaccionando, y… Finalmente, una sonrisa burlona asomó por sus labios, hasta mostrar incluso los dientes:

-¡Ja! ¡No puedes pillarme! Estás ahí atrapado y te quedas sin cenar carne humana.

En ese momento no se dio cuenta, pero más tarde, cada vez que recordase aquél momento, se extrañaría de su reacción. Aunque probablemente la achacaría al estrés del momento, tanto de encontrarse ante algo que desafiaba su lógica como al hecho de haberse visto dos veces a punto de morir. Pero, en esos momentos, sólo se concentró en burlarse del monstruo, haciéndole incluso muecas. Muecas que incluían echarle la lengua, algo que parecía sólo enfurecer más a la criatura. O eso, o la misma proximidad de aquél al que fijó como su presa. Pero eso no desalentó a Aodh de sus burlas, sino al contrario:

-¡Ñañañaña! ¡A mí no me gruñas, que me da igual, Cara Chata! Ni siquiera has hecho una sola brecha con tu estúpido golpe, ¡así que de nada te servirá asustarme!

Un nuevo rugido de advertencia fue la respuesta, mientras la criatura trataba de rascar el extraño cristal. Incluso babas comenzaban a brotar de entre sus fauces, con la mirada desenfocada de la rabia. Aodh rió, entre burlón y nervioso, y finalmente dio un paso atrás. No podía entretenerse más. Tenía que pensar en si seguir adelante o volver atrás, antes de que le descubriese alguien:

-¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí?

“Mierda”, masculló el joven, antes de volverse hacia el origen de la voz, en la encrucijada. A unos metros de él, se encontró con el dueño de ésta, y no le sorprendió tanto esta vez comprobar que se trataba de un hombre-ratón, o lo que fueran. Probablemente, de hecho, le habría chocado más ver a otro ser humano. En todo caso, a éste no lo conocía: Su pelaje era más oscuro, por la luz podía ser gris o marrón, no estaba seguro. Los ojos apenas se distinguían, aunque sí el ceño fruncido en las partes levemente iluminadas de sus facciones. Por algún motivo, a Aodh le pareció más terrorífico que los que había recordado ver antes, en la calle. Y el hecho de que llevase una bata blanca, como de médico o científico, no ayudaba mucho. Tragó saliva, retrocediendo un paso, y sin saber exactamente qué responder. De hecho, estaba más concentrado en permanecer en guardia:

-¿Qué pasa, cachorro? ¿Te ha comido la lengua el Dóntido?

Preguntó el hombre-ratón al no recibir respuesta, con un tono más sarcástico que burlón. De hecho, avanzó un paso, sin variar la expresión de su rostro. Eso hizo decidirse a Aodh, quién dio media vuelta y comenzó a correr, deshaciendo lo andado. Con la de pasillos y lugares oscuros que había, esperaba dejar atrás a ese bicho. Ahora que ya sabía lo que había en los habitáculos, creía entrever de reojo un montón de miradas terroríficas, penetrantes, acechándole. Pronto divisó la salida, jadeando, y volvió unos instantes la mirada hacia atrás, para comprobar si el ratón aquél le estaba siguiendo. No le distinguió, pero no se permitió el pararse a averiguarlo. Volvió sus ojos al frente, pero no tuvo tiempo de nada más, antes de chocar contra un cuerpo, y que su trasero volviera a morder el suelo:

-¡Auch!

Se masajeó cerca de la zona, con un ojo cerrado y los dientes apretados. A ese paso, iba a tener que conseguirse una protección especial, porque ya le dolía de tanto caerse. En todo caso, pronto la mirada azul se alzó hacia el inesperado obstáculo, para encontrarse ante él al hombre-ratón fortachón de la calle, el de pelaje manchado. El cuál se lo quedó mirando desde su altura, al parecer sorprendido, para finalmente sonreír:

-¡Ey! Ya estás despierto, chico.

Aodh tragó saliva al ver los grandes y afilados incisivos que asomaron junto a la sonrisa, y se arrastró un poco hacia atrás, retrocediendo:

-Tranquilo, chaval: No voy a comerte. ¿Ya le has asustado, Nánró?

El tono del roedor bípedo no le aclaró si lo decía en serio o no, pero pronto Aodh volvió un momento la vista sobre el hombro, dándose cuenta de que estaba ya allí el de pelaje gris, parado. El cuál gruñó levemente, mirando hacia el otro:

-No debería estar aquí. De hecho, ¿cómo es que le habéis dejado sin vigilancia?

Aodh vio que ambos le habían quitado la vista de encima un momento, y decidió no quedarse a escuchar lo que iban a hacer con él: Rápidamente se puso sobre manos y rodillas, y pasó por entre las piernas del grandullón. Sin detenerse, se alzó de nuevo y echó a correr hacia los pasillos de metal, sin mirar atrás:

-¡Eh, chico! ¡Espera!

Pero, por supuesto, no obedeció. Aodh sintió cómo era perseguido, y aceleró el paso. Estaba ya acostumbrado a huir. A hacerlo de alguien que le pillase robando, de macarras más grandes y fuertes que querían divertirse con él… Pero siempre en calles que ya conocía como la palma de su mano. Esta vez era diferente. Escapaba de unos seres que ni siquiera eran del todo humanos, en un lugar que jamás había visto. Debía tener la habilidad para encontrar una oportunidad, pero, sobre todo, la suerte de encontrarla:

-¡Detente! ¡No vamos a hacerte daño!

“Ya, y una mierda.”, pensó el adolescente. Siguió corriendo, intentando respirar lo suficiente para no asfixiarse durante la carrera, y luchando contra el mareo que todavía tenía encima, debido al bajón de tensión sufrido anteriormente. Aún así, apenas podía fijarse por dónde iba, y tan sólo la adrenalina y el sentir el sonido de las zarpas de las patas de sus perseguidores contra el suelo metálico, le hacían seguir adelante. Si se detenía… A saber lo que le ocurriría. A su mente acudieron imágenes de películas que recordaba haber visto de pequeño, sobre extraños experimentos, y un chihuahua con la cabeza de un hombre. No, no iba a quedarse a averiguar si acabaría de forma similar, o directamente abierto en canal como una rata de laboratorio.

Al doblar una esquina tropezó, y trastabilló hacia delante. No tuvo tiempo de recuperar del todo el equilibrio, cuando vio frente a él una puerta redonda cerrada. Esperando ya el impacto, puso las manos delante de él para no darse al menos de morros, pero se encontró sólo el vacío cuando dicha puerta se deslizó hacia un lado. Trastabilló un poco más y logró, finalmente, frenar y apoyar las manos en el suelo, evitando caer del todo. Rápidamente se enderezó, jadeando, y miró a su alrededor. Parecía como si hubiese cambiado completamente de lugar: Las paredes eran blancas, y en la izquierda había unas taquillas de metal, azules. Todavía recuperando el aliento, Aodh se giró, a medida que iba echando un vistazo rápido a su alrededor, buscando una salida. Al fondo ninguna, a la derecha un armario empotrado cerrado en esos momentos, y al lado de la puerta, a sus espaldas, una mesa con un ordenador que parecía bastante potente. Al menos, por la cantidad inmensa de cables y su tamaño. Tardó un poco en darse cuenta de que había alguien trabajando allí, y cuando los ojos azules del adolescente se cruzaron con los castaños de la mujer-ratón morena, a éste se le detuvo la respiración unos momentos. Oyó el sonido de la puerta cerrarse, y terminó de volverse para encontrarse con ambos varones, el de bata y pelaje gris de brazos cruzados y ceño fruncido, y el grandullón con los suyos en jarra.

Estaba acorralado.

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